Posiblemente hasta ahora solo entendíamos en el plano metafórico esa idea de que «el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del planeta». Todo está conectado con todo y la crisis del COVID–19 ha puesto de manifiesto esas interdependencias que definen el mundo en que vivimos.
Entre lo local y lo global
Cuando el sociólogo Roland Robertson popularizó el concepto de globalización en la década de los noventa, la definió como «la compresión del mundo como una totalidad».
Tomar conciencia de que nuestras acciones tienen un impacto más allá de nosotros y adoptar esa visión «glocal» –piensa globalmente, actúa localmente– es fundamental para hacer frente a retos planetarios como la emergencia climática, la humanización de la tecnología, las brechas sociales o posibles crisis sanitarias futuras.
Las personas, como ciudadanos empoderados, tenemos la capacidad de impactar positivamente en nuestro entorno más cercano a través del consumo consciente.
Entre el equilibrio medioambiental y la seguridad de las personas
Parece que empezamos a comprender que los efectos del cambio climático son reales (aunque no siempre sean visibles) e impactan de forma directa sobre nuestras vidas.
La subida del nivel del mar que ya se está «comiendo» algunas islas del Pacífico, el aumento en número e intensidad de desastres naturales, las sequías cada vez más acentuadas y sus consecuentes hambrunas, las migraciones climáticas, las muertes asociadas a la contaminación atmosférica, la mayor propagación de virus por la pérdida de biodiversidad… La salud del planeta está íntimamente ligada con la salud, la seguridad y el bienestar de las personas.
Proteger ambas pasa por entender nuestra vulnerabilidad y aprender a gestionar el riesgo en un escenario de incertidumbre.
“Somos una pieza más del ecosistema, pero también somos el único ser vivo capaz de transformarlo.”
Entre el mundo rural y el urbano
Otra de las enseñanzas que nos deja la crisis del COVID–19 es hasta qué punto dependemos del campo. Esa España «vaciada» que venía reclamando atención desde hacía décadas y que empezó a poblar titulares hace escasos tres años es, precisamente, la que nos ha «dado de comer» durante la pandemia y, paradójicamente, el destino ansiado desde el mundo urbano en estos meses de confinamiento.
Urge reconciliar el mundo rural y urbano y ofrecer soluciones a las desigualdades territoriales –aislamiento digital, malas comunicaciones y déficit de infraestructuras– con el esfuerzo de las Administraciones, del sector privado y de la propia ciudadanía a través del consumo local o del turismo responsable y sostenible.
Entre lo humano y lo digital
Esta pandemia también ha cambiado nuestra forma de relacionarnos con la tecnología. Pero hablar de tecnología es hablar también de privacidad, de brechas sociales, de sostenibilidad, de ética y humanismo, incluso de democracia. La misma tecnología que ha permitido desplegar sistemas de vigilancia masiva en países como China es la misma que ha contribuido a controlar y combatir la expansión de la COVID–19 a través de la telemedicina, los avances en inteligencia artificial o las aplicaciones móviles.
Es el tiempo de la humanización de la tecnología, capaz de acercarnos, de acortar las distancias físicas y convertir el espacio digital en un espacio de encuentro, innovación, creatividad y eficiencia. Incrementar las competencias tecnológicas y reducir la brecha digital cobra vital importancia en un mundo que definitivamente se decanta por la humano-digitalización.
Entre el «yo» y el «nosotros»
La pandemia nos ha hecho más conscientes de nuestra vulnerabilidad y de nuestra condición de seres sociales, y ha puesto en valor la importancia de los cuidados. Como insistíamos en las reflexiones de nuestro III Estudio Marcas con Valores, que presentábamos semanas antes de que estallara la crisis del COVID–19, urge una reflexión personal y colectiva del «yo» al «nosotros», que deje atrás el individualismo sobre el que se ha cimentado la economía y las relaciones sociales en las últimas décadas y mire por el bien común.
Frente a la polarización y el frentismo al que muchos se afanan, necesitamos encontrar espacios de consenso para navegar la frontera de la década 20/30. Este mundo de riesgos compartidos requiere, hoy más que nunca, soluciones también compartidas.
Marta González-Moro
CEO 21gramos e impulsora de Marcas Con Valores
Marta es socia fundadora de 21gramos, consultora de comunicación especializada en sostenibilidad que desde 2019 cuenta con la certificación B Corp por su compromiso por alcanzar los más altos estándares de desempeño social y ambiental. En 2015 impulsó Marcas con Valores, movimiento colaborativo para generar conocimiento en torno a la sostenibilidad y al consumo consciente.